DESPUÉS DE DURAS LECCIONES

Como nunca, este septiembre de 2017 nos ha hecho vivir y reconocer en todo su poder, las implacables fuerzas de la naturaleza. Que “el planeta nos habla” dicen algunos, y acaso eso sea cierto, pues es obvio que ciertos cambios y ajustes en su estructura asoman. A lo mejor la tierra, como planeta, esté iniciando una nueva era que aspiraríamos esté siendo monitoreada por alguien, que con rigor científico, pueda decirnos y alertarnos del momento que vivimos y a dónde vamos. La furia brutal de huracanes desoladores, los trágicos temblores que han ido sembrando destrucción y dolor en cada caso, nos hacen ver cómo la obra del hombre, fundamentada en la ciencia, el conocimiento y en las tecnologías, en un instante puede ser destruida, arrasada, convertida en polvo, al punto que evocamos aquel pensamiento del papa Francisco cuando dice: “Dios perdona siempre, el hombre a veces, la naturaleza nunca”. Después del dolor, del pánico y del horror, solo queda el hombre; el hombre y su naturaleza, esa persona humana que se vuelca inmediatamente sobre el otro para apoyar, para ayudar, para colaborar. Después de la tragedia, surgen los mejores y más nobles sentimientos, dejando ver con absoluta claridad cómo ante las desgracias el ser humano se crece, y purificándose, aflora como palabra y manos del Hacedor. Observando los restos de lo que otrora fueran edificios, carreteras, líneas de comunicación, cabe preguntarse: ¿Cómo educar en tiempos modernos? Y por supuesto la respuesta es solo una: formar adecuadamente a la persona en lo esencial, para que sea capaz de enfrentar positivamente la adversidad y venciéndola, saque de sí lo más noble y, descubriendo al otro como razón de ser, avancen juntos por una nueva senda. Los conocimientos, los aprendizajes, la ciencia y sus concreciones, por más de que se construyan con todo poder, resultan frágiles y en todo caso siempre serán recuperables. Formar al hombre bien, para que en vez de aprovecharse del damnificado, del dolido, robándole o explotándole, le atienda como prójimo, siempre lucirá mucho más trascendente y humano. Atinar es el reto.
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