NO NOS INMOVILICEN

La noticia diaria, los acontecimientos inusitados que se producen a nuestro alrededor, la pérdida de valores que a cada paso nos sorprende, han causado que la relación padre de familia-educador se enrarezca. La duda, la desconfianza, el resquemor, se asoman y están en la sospecha, en el recelo o en el prejuicio con las que el padre de hoy enfrenta “a priori” al profesor. El hecho educativo, lo hemos comentado muchas veces, es un acto esencialmente humano, de relación personal, por tanto, requiere del afecto, la ternura y por que no decirlo, del amor. Pero cuando se viven tiempos de desconfianza y prejuicios en los que cualquier palabra puede ocultar segunda intención, cualquier gesto disimule o emboce seducción o en los que cualquier caricia pueda retorcerse como acoso sexual, se está acaso sin quererlo, golpeando la esencia misma del educar. Educar implica confianza, reclama asociación entre el padre y el profesor que tienen y comparten un mismo fin, por tanto, convendría que tengamos fe en aquel que guíe y enseñe a nuestros hijos, pues de no hacerlo el profesor se paraliza, se congela, se aísla y por cuidar su nombre, su prestigio o su trabajo, se convierte en un robot hacedor de consignas y cumplidor de procesos, que no involucra al alma en su acción de enseñar, en su entrega diaria, en su cotidianeidad. No nos inmovilicen, los educadores también requerimos y necesitamos mostrar nuestro afecto, nuestras emociones, nuestros entusiasmos y manifestaciones de cariño ante y por aquel al que formamos, para atraerlo a la ciencia, para llevarlo de lo concreto a lo abstracto, para hacerles capaces de atravesar con aprecio los áridos caminos que en ocasiones, ya sea el conocimiento o la ética, ponen por delante. Sin afecto no hay educador, sin cariño por lo que se hace y por quién se lo hace, no hay maestro. Es verdad, que como en toda profesión en la educación, inescrupulosos y canallas pueden infiltrarse, pero no por ellos, los menos, debemos extender nuestra sospecha y duda ante el cariño sincero que un maestro pueda llegar a sentir y manifestar por sus alumnos.
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