26 Ene Advertencias sobran, suenas las alarmas
Cuando las evidencias eran claras, cuando no había dudas y sin embargo no actuábamos, los abuelos decían que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Y es que a veces por terquedad, penosa característica, otras veces por conveniencias, y muchas otras por comodidad, no corregimos acciones.
Las noticias propias y ajenas nos hablan de violencia en colegios: jóvenes armados, estudiantes golpeándose hasta dejar muy mal al compañero, alumnos acosando a pares o a profesores, discípulos que matan indiscriminadamente o con direccionalidad, son parte de la información que recibimos. Para rematar, hace pocos días en Texcoco-México, un grupo prendió fuego y convirtió en antorcha humana a uno de sus pares.
¿Queremos más incidentes? ¿Qué más necesitamos para entender que la línea escogida no es la correcta? ¿Qué debe ocurrir para declararnos equivocados?.
Lo que ocurre nos dice, que no hacemos lo suficiente. Necesitamos volver por los fueros de la educación recordando que la formación es una frágil estructura construida entre familia y escuela, y que depende de ideas, palabras, ejemplos y modelos.
El educador no es un profesional más; la ciencia nos hace pedagogos, mas es la vocación, nuestro corazón, nuestro deseo de trascendencia lo que nos distingue; sin aquello, aunque seamos cientistas, no podríamos educar.
El modelo y el sistema educativo han de volcarse para atender a la persona integral que es el estudiante; no podemos, con bisturí, separar la inteligencia que aprende de la social, que lleva a respetar al otro, a reconocerlo y a actuar como prójimo.
La autoridad que no necesita temor, simplemente es vital para que un marco de comportamientos soporte al proyecto educativo y pueda liderar impactando en la mente y afectos de alumnos que buscan una cancha trazada.
Hay que rescatar la autoestima, el amor propio, la dignidad, el respeto y la consideración al otro, la responsabilidad que lleva a asumir consecuencias y nos hace decir la verdad aunque cueste.
Es necesario trabajar en la espiritualidad del niño, pues enseñarle números, ciencias, letras y tecnologías no basta.
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