Cabeza de ratón

Muchos crecimos escuchando decir que en la vida era preferible ser “cabeza de ratón y no cola de león”. Eran sin duda los tiempos de los negocios familiares, de los apellidos como razón social y, obviamente, del crecimiento de una pujante economía de pequeños comercios, que marcaron época y distinguieron nombres.

El padre de familia protector y proveedor montaba su actividad de cara al sostén de los suyos, sin todavía tener aspiraciones de gran empresario, peor de emprendimiento globalizador.

Todo en aquellos tiempos era personalizado en el “yo”: las sociedades anónimas, las compañías, en fin; las personas jurídicas, no eran todavía populares ni se consideraban necesarias, porque los caudales económicos requeridos podían ser solventados perfectamente con el propio peculio y la personal capacidad de endeudamiento.

Entonces, también la educación se focalizaba en aquello, se centraba en el individuo, en su capacidad competitiva y su desarrollo intelectual, independiente del grupo o la clase. Cuando la sociedad avanza y progresa, cuando se vuelve imprescindible juntar esfuerzos para empresas comunes, se descubre la necesidad de formar equipo, de constituir grupos de trabajo, en fin, emprendimientos comunes.

Pero parece que esto aún no ha calado dentro de nuestra idiosincrasia. Seguimos hablando de nombres y no de grupos de trabajo, y seguimos con la preferencia de encabezar una lista o una nominación antes que juntarnos y sumar esfuerzos.

La elecciones que se anuncian y las respuestas de los pretenciosos candidatos así lo demuestran. Cada quien por su lado, cada uno dueño de su verdad y su espacio de poder, cada quien tras el lucimiento personal sin que la vida de la nación importe mucho y sin practicar los renunciamientos necesarios que a veces deben hacerse por el bien común.

Debemos en educación trabajar enseñando a constituir equipos con la herramienta del diálogo, enseñando a consensuar y a conceder ante una mejor idea, sin anular el yo, y reconociendo el bien común.

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