Cómo cuesta serenarse

Después de lo vivido durante los dos últimos años, las secuelas que el encierro, el temor y la angustia ante la pérdida dejaran en la psique de nuestras familias, huellas indelebles,  fuertes y profundas, aún sobreviven. Y sobreviven para mal, o al menos no contribuyen a crear el mejor escenario en el que deben crecer nuestros niños y adolescentes. Nos debe llamar a la reflexión lo acontecido en las últimas semanas, cuando primero una tímida nota circulaba por las redes durante la vacación y luego, al reingreso de clases, se convirtió en el gran boom de los chats de padres. La nota, una de esas que al menos dos veces en el año lectivo hacen adolescentes que no desean ir a clases, hablaba de ataques a centros educativos como si el delincuente anticipara sus actos para prevenir a las víctimas, lo que conmovió, angustió y movilizó a cientos de padres de familia cuyos nervios saltaron a flor de piel. Queda claro que necesitamos serenarnos, bajar nuestra emotividad y ser más reflexivos y analíticos, para crear el marco adecuado en el cual formar el carácter y la personalidad de nuestros hijos. Lo hemos dicho ya en otras ocasiones: padres angustiados, hijos angustiados; padres ansiosos, hijos ansiosos; y esa no es la estructura mental que queremos y debemos construir en nuestros niños y adolescentes. Ellos nos reclaman serenidad, reflexión, consejo. Es obvio que debemos cuidar y proteger a nuestra familia, pero también es claro que no podemos dejar crecer niños temerosos, ni adolescentes pusilánimes y sin carácter. La generación de cristal requiere fortaleza, entereza, capacidad de erguirse ante los problemas y no huir ante la primera dificultad. No olvidemos que los padres resultan ser el primer modelo, el primer ejemplo en el que se miran los hijos; por ello, serenémonos y formemos con amor y sin temores. Si buscamos y queremos paz y tranquilidad, debemos ser nosotros mismos los primeros en propiciar esos ambientes para que en ellos crezcan nuestros hijos; y la exaltación, la emotividad marcada por el miedo y la angustia en nada contribuyen a este fin.   Dr. Abelardo García Calderón  
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