Conductas de riesgos en adolescentes

El riesgo es un factor que está presente en nuestra sociedad de manera casi total. Principalmente porque se lo concibe como algo que hay que evitar a toda costa. Lo podemos ver en las aseguradoras que ofrecen todo tipo de garantías para atravesar momentos difíciles de nuestra vida, o las diferentes campañas médicas que nos instruyen sobre cómo llevar una vida más sana reduciendo así el riesgo de padecer alguna enfermedad e inclusive los variados procedimientos de seguridad que tenemos que superar en nuestro día a día cuando vamos al banco o de compras. El riesgo es algo que debe evitarse sin importar el precio ya que tiene la capacidad de irrumpir de manera bastante abrupta en nuestra cotidianeidad.

De estas reflexiones surge una pregunta: Si el riesgo es inherentemente malo ¿Por qué hay personas que lo buscan constantemente? Deportistas extremos que hacen que su vida prácticamente penda de un hilo, donde el mínimo error se paga con accidentes que suelen costarles la vida. Y es que la otra cara del riesgo es justamente esa, tiene una cualidad enormemente cautivante. El riesgo entonces más que ser exclusivamente una señal de alarma para correr o huir en caso de que sea necesario, es un punto al cual ciertas personas se sientes atraídas. “Lanzándose a la acción, el individuo intenta dominar su angustia, convierte sucesivamente su miedo en júbilo a medida que progresa en la sensación de tener éxito” (Le Breton, 2011) . Superar una situación riesgosa genera en ciertos sujetos la sensación de control, una soberanía casi total sobre su propio cuerpo y sus decisiones, escapándose así de los mandatos sociales por los cuales se sienten muchas veces aplastados.

Otra población, fuera de las personas amantes de lo extremo, que constantemente coquetean con línea entre la seguridad y lo dañino son los adolescentes. El consumo del alcohol y otras drogas, peleas violentas, autolesiones y diferentes compulsiones que atentan contra la vida propia no son extraños durante estos años formativos. Y es que se acostumbra a asociar casi de manera automática a los jóvenes con los comportamientos que implican un quantum importante de peligro. Entonces ¿Por qué lo hacen? La adolescencia como ya se ha dicho es una etapa de duelo. Un duelo por la infancia que se pierde y por lo nuevo que trae el hecho de crecer. Una transición que implica perder los valores referenciales que muchas veces vienen dado por los padres para pasar a tomar unos propios, valores nuevos, que son elegidos por ellos mismos, dando así la sensación de una autonomía, un desligarse de los valores familiares que muchas veces los perciben como impuestos a la fuerza.

Justamente por ser una etapa de transición, una etapa de cambio en donde toda variación implica que algo se mueva, los jóvenes empiezan a intentar responder a las preguntas más elementales como “¿Quién soy?”. Para dar una solución a estos cuestionamientos intentan vivir todo tipo de experiencias y en ese sentido es donde se exponen a la práctica de diferentes comportamientos riesgosos. Ya sea por presión social que va de la mano con su deseo de encajar en el grupo, por el deseo de vivir una experiencia nueva o simplemente por probar los límites de la autoridad, se ven muchas veces en situaciones peligrosas.

La juventud occidental es un tiempo de margen, un período de tanteo propicio para la experimentación de roles, la exploración del entorno, la investigación de los límites entre uno y los otros, uno y el mundo; es una búsqueda íntima de sentidos y valores. (Le Breton, 2011)

De la misma manera las conductas de riesgo sirven en otras ocasiones para tramitar un dolor que sobrepasa lo que pueden manejar. Adolescentes en medio de problemas de distinta índole que generan en ellos un gran dolor en su subjetividad. Tramitan vía el acto puro su malestar, son incapaces de hablar sobre ello porque no cuentan con el espacio o confianza para expresar su sentir. Ese malestar que se cierne de manera intangible y constante sobre sus cabezas termina siendo encapsulado en un dolor corporal, con cortes en el cuerpo convierten ese dolor etéreo en algo más físico. “Controlo el dolor causado por las constantes peleas entre mis padres en dolor físico sobre mis piernas”. Esto genera un alivio, sensación de soberanía.

Para el desarrollo de estos comportamientos la familia juega un rol demasiado importante. Es necesario que los adolescentes cuenten con referentes que sepan prestar oídos a sus decires, sin caer en la posición de juez. A veces se menosprecia el poder o la importancia que tiene para alguien el simple hecho de sentirse escuchado, sin que necesariamente se le tenga que decir algo o se le facilite una solución. De ese ser escuchado hay la posibilidad que surja un sujeto con miedos, intereses, preocupaciones y varias otras inquietudes.

Más allá del espacio de escucha que uno podría ofrecer, es preciso tener en cuenta ciertos signos que podrían presentarse al momento de que un adolescente este teniendo comportamientos riesgosos:

  • Salud: Observe si resta importancia a su higiene personal, se enferma con regularidad, baja o sube de peso, tiene problemas para dormir, etc.
  • Social: La mayor alerta en este aspecto sería el aislamiento de los demás compañeros e inclusive dificultades para trabajar en equipo.
  • Escolar: Cambio abrupto en su rendimiento académico, no desea ir al colegio, conducta desafiante ante las autoridades.
  • Familiar: Escasa comunicación con la familia.
  • Emocional: Se podría detectar miedo, ansiedad, ataques de pánico, desmotivación, apatía, irritabilidad, tristeza, etc.
 

En caso de notar uno o más de estos signos repetidos a lo largo del tiempo, lo mejor es que pueda consultar con un algún profesional en el campo que le ayude direccionando su intervención.

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