Cosechamos lo que sembramos

Cuando luego de un hecho atroz, de los muchos que ocurren ahora, escuchamos a colegas y ciudadanos preguntarse: “¿Por qué huyó después de atropellarlo? “¿Por qué hizo eso a su propia hija?, “¿Por qué tanta saña?; nos contestamos a nosotros mismos con otras preguntas: ¿Cómo fue criado?, ¿Qué modelos y ejemplo tuvo? ¿Por qué no le enseñaron a asumir?. Y es que el ser humano resulta ser un producto de las propias experiencias, lo que en él sembramos en la infancia y adolescencia cosecharemos en la adultez.

Ante jueces banales, ante crueles delincuentes, ante desfalcadores y ladrones, ante políticos corruptos, hay que regresar en sus historias hasta el punto en que inició su proceso formativo. El niño y el joven toman de los adultos el modelo, copian de sus padres y mayores los ejemplos, actúan como les enseñaron o permitieron actuar; por ello, el problema no es solo de presente sino de cómo han sido educadas las últimas generaciones que han caído tanto en excesos y delitos.

En efecto, el hijo cuando no es capaz de hacer el péndulo tiende a copiar y a repetir lo que vio y aprendió de pequeño: si fue criado sin honor ni palabra, no le interesará el honor. Si le permitieron mentiras, mentirá; si le solaparon y sobreprotegieron huirá y sacará el cuerpo sin responder por los actos cometidos.

¿Por qué dar la cara por un apellido si no hay familia a la que honrar y reconocer? No hay cariño para recordar figuras paternales que en ocasiones infringieron daño y les utilizaron como medios para faltar y fallar, o simplemente no estuvieron.

Vistas así las cosas, el problema es de fondo y de largo aliento, pues los desquites, los dolores y resentimientos de los niños y adolescentes dejan fuertes marcas, crueles huellas en esas personalidades que luego explotan y expresan su amargura, su revancha, su crueldad.

Queremos funcionarios buenos, jueces buenos, gente buena, pues entonces trabajemos con fuerza para hacer niños y jóvenes buenos, que la bondad no sea sinónimo de tontería y que la franqueza, la lealtad y la honestidad no sean piezas de museo, ya que el entorno también opera.

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