10 Abr Crisis
En su edición del día jueves 19 de diciembre del reciente año pasado, nuestro querido Diario Expreso titulaba “colegios terminan el año en crisis por pensiones impagas”, para alertar a la sociedad toda del grave problema y riesgo en el que se encuentra la educación privada ecuatoriana y los efectos que ello pueda acarrear a la nación toda.
Así, justificados en normas constitucionales interpretadas al antojo, en otros casos amparados por disposiciones distritales y hasta motivados históricamente por declaraciones del propio ministerio, los padres de familia han ido huyendo del cumplimiento de sus responsabilidades frente a la libre decisión que en algún momento tomaron, de llevar a su hijo a educarse en un establecimiento particular.
Carteras vencidas entre el 10 y 40% son comunes de encontrar y a ninguna autoridad esto le importa o inmuta, pues según suelen afirmarlo, esos son problemas administrativos que nada tienen que ver con el derecho del niño a recibir sus documentos finales. Olvidando en ese caso que no es el niño el responsable del pago sino el adulto que firmó el contrato y que la educación está en el cerebro del niño y no en el papel que testimonia una promoción.
Hay crisis en el sector educativo privado y en más de una ocasión aupada y provocada por declaraciones de algunos ministros en turno o funcionarios de otros rangos, como si la intención hubiese sido dañar o perjudicar, acabar con un sector al que en algún momento se le anuncio su desaparición por disposiciones gubernamentales.
La crisis de la educación privada es un problema serio: para el sector público, porque no está en capacidad ni física ni de calidad de recibir al alumnado que le llegaría, y a la sociedad toda porque se perdería una opción de educar de manera distinta, diferente, con otros objetivos y otra mística de trabajo.
Que la crisis de la educación privada a alguien le interese, que termine finalmente la demagogia, que no se le asfixie, pues eliminada y erradicada como actor en el desarrollo provocaría, sin duda, muy tristes consecuencias.
Dr. Abelardo García Calderón
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