Cuán distintos somos

Hace ya algunos días, para ser exactos el domingo 2 de mayo, Expreso en su sección internacional publicaba una nota sobre la exigencia de los padres de familia de Argentina porque sus hijos vuelvan a clases: solicitudes, argumentos, reclamos, plantones fuera de las instituciones, resultaron ser la manera de expresarse de esos padres que piden ya la presencialidad de manera urgente y necesaria. No podemos alegar como causa o beneficio de esas actitudes, la ausencia del virus o una batalla ganada sobre este, pues allá como aquí se vivía entonces un pico al alza con todos sus duros efectos. Habrá que pensar entonces en la cultura de la gente o acaso en la pérdida del miedo a algo que llegó para quedarse, que les hace reaccionar de tan diferente manera. Y decimos diferente, pues entre nosotros el miedo nos inmoviliza y padres y autoridades prefieren seguir negándose a una vuelta a clases bajo controles y bioseguridad. A lo mejor la causa de actitudes tan distintas esté dada por el valor que para cada una de las dos sociedades tiene el intangible bien de la educación. Entre nosotros es un problema, un gasto, una acción trivial que mantiene a niños y jóvenes unas cuantas horas lejos de casa, mientras que para ellos la educación sí resulta ser una necesidad sentida y valiosa, por lo que se la requiere con esa urgencia con la que se la reclama. Es básico e importante para nosotros los ecuatorianos aprender a valorar el hecho educativo, que es mucho más que un trasmisor de conocimiento o un instrumento ideológico, pues hoy, como se ha dicho tantas veces, la educación busca, al generar aprendizaje, construir en cada quien la inteligencia que ha de llevarle a conseguir las metas que se propone en la vida. Trabajemos pues: autoridades, educadores y la sociedad en general en reivindicar la acción de educar, en hacerla deseable, apetecible y buscada por niños y jóvenes, que no vean más en ella una tortura, aburrimiento o castigo y la descubran más bien como una oportunidad redentora de crecimiento y construcción personal. Dr. Abelardo García Calderón
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