Desjudicializar procesos

Como otro legado de los tristes tiempos que vivió el sistema educativo nacional en los últimos años, nos ha quedado la exagerada, judicialización de la disciplina, al convertir todo correctivo en un evento jurídico de evidencias, pruebas, términos, plazos y sobreprotección, como si todo escarmiento merecido fuese una sentencia judicial, como si todo llamado de atención para mejorar un comportamiento, fuese un juicio solemne. El error de fondo y de partida es concebir al padre de familia y al profesor como antagonistas, como si el uno amare y el otro quisiera satanizar al alumno; lo cual, para efectos formativos, no es cierto. El padre y el profesor son asociados formadores en un mismo proceso, se requieren, se necesitan para conseguir un logro común, juntando las realidades áulicas y de hogar, y obteniendo así la integralidad. El otro error, igualmente grave, es asumir que el correctivo formativo es una sentencia que solo tiene como objetivo el castigo y la represión del estudiante. Todo correctivo formativo, ya sea que nazca de los padres o de los educadores, es un acto de amor que busca obtener una mejora del comportamiento estudiantil, que logre llevar al alumno a ser buen discípulo, buen compañero, buen hijo, buen ciudadano. Por ello, disposiciones como las que impiden conversar con el alumno sin presencia del padre o tutor poco ayudan; porque este, al conocerlo, no se presenta a las citas y simplemente dilata un proceso cuyo resultado, de obtenérselo tiempo después, sin duda será inútil al perder vigencia o porque en esos casos de que la actitud estudiantil sea consecuencia de una situación familiar, el hijo se siente cohibido o intimidado y simplemente calla y no asume. El correctivo formativo no es un fin en sí mismo, sino un medio para cambiar la disposición o la actitud del estudiante; por ello, mal hacemos en llenarlo de arabescos jurídicos que lo diluyen, difuminan o desaparecen. Para que sea efectivo y obtenga realmente resultados, requiere de inmediatez, es decir, corrección ante el hecho, sin dilación ni delegación. Ubiquemos las cosas en su justo sitio.   Dr. Abelardo García Calderón
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