El educador: Su pasado, presente y futuro

Recientemente celebramos el Día Nacional del Educador Ecuatoriano, lo que nos parece un momento oportuno para hacer un llamado a las universidades y a los organismos que las rigen, a que, mirando hacia el futuro, pongan énfasis en promover y desarrollar las facultades y carreras del área docente, ya que, si bien es cierto que en estos tiempos el niño es el centro del hecho educativo, no es menos cierto que sin profesores no lograremos su desarrollo.

Una vez que ha quedado claro que la mala idea de concentrar la preparación del docente en una única universidad fue una catástrofe y que el debilitamiento de las facultades pedagógicas existentes fue un grave error, necesitamos emprender una formación para los nuevos educadores que requiere la nación, es decir, con un nuevo perfil y un nuevo horizonte, para que sean capaces de impulsar el carro educativo hacia el futuro, hacia el mañana, que es cuando nuestros alumnos en las aulas de hoy ejercerán la ciudadanía.

El docente debe ser formado y estructurado para animar y dirigir la clase, ser líder entre sus alumnos, para poder alcanzar el futuro y despertar en ellos la capacidad de pensar y preguntar.

No es suficiente con tener un buen nombre, apellido o cartones de titulación que lo respalden. Los rasgos estéticos, las características físicas o las medidas antropométricas no son importantes ni suficientes. Se requerirá, a partir de una sólida vocación, el dominio de las ciencias educativas, pero por encima de todo, actitudes y condiciones de liderazgo.

Requerimos docentes aptos, eficientes y sólidamente formados, con manejo de la pedagogía, las didácticas, la ética profesional y la filosofía educativa, pero también conocedores de la psicología general y evolutiva y, junto a todo esto, una moral enorme que le soporte en su deseo de enseñar.

Necesitamos educadores, nos hacen falta educadores aquí y en todas partes. Debemos enaltecer la profesión y fortalecerla con reconocimientos sociales y comunitarios que devuelvan la distinción y admiración al educador que ejerce.

 
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