Entendiendo lo Diferente

«El hombre es un ser social por naturaleza» Aristóteles (384-322, a. de C.)

 

Desde sus inicios el ser humano ha formado comunidades a cuenta de descubrir que solo no podía alcanzar objetivos más grandes que aquellos que se trabajan en conjunto a otros. Sin embargo, mantener dichas agrupaciones implica esfuerzo puesto que los puntos en común y las diferencias forman una balanza que puede agrietar o reforzar los vínculos entre los integrantes. De manera que, podemos ver a lo largo de la historia que la sociedad se va reestructurando constantemente entre las uniones y divisiones de una variedad de colectivos.

Desde una perspectiva menos global, pensando en las interacciones diarias: a diferencia de lo que normalmente se cree, aceptar las diferencias que tenemos con los demás no es tarea sencilla. El ser humano, desde una idea un poco narcisista, prefiere agruparse con otros semejantes con quienes comparte ideales, características o un interés en especial. Lo cual es una dinámica social normal, siendo esta la base de los vínculos como el compañerismo, la amistad y hasta el amor. De ahí que existen grupos de lectura, viajes, deporte / ejercicio, sindicatos, comunidades religiosas, entre otros.

Por otro lado, las relaciones humanas no se dan solo en ambientes donde la compañía es escogida, como el trabajo o la escuela. La mayor parte del tiempo nos encontramos en lugares donde somos agrupados con personas de manera contingente. Y aunque podamos realizar vínculos de afinidad, también se tratará con otros con quienes las diferencias son más evidentes. Ante esto, nuestra primera respuesta suele ser; marcar una distancia que trae consigo indiferencia, es decir: “me alejo de aquello que no va conmigo”; pensando que esto evitaría problemas. Sin saber que estamos agrandando la brecha que hay entre cada uno, llegando a dificultar el vínculo y la comunicación con otros.

 

Se hace evidente que por más que se intente buscar un ambiente afín, siempre se hace presente lo más propio de cada uno, lo que puede provocar cierta incomodidad a los demás. Entonces aparece una pregunta: ¿Qué hago si alejarme no es la opción? La primera idea que se suele sugerir es la «tolerancia” pero el término queda corto al potencial posible de una solución, puesto que se reconoce lo que la otra persona propone, pero de forma indiferente. Es decir que no se da un acercamiento entre las partes sino que soportan su mutua existencia. Entonces, es una paz que se sostiene en la distancia.

 

Abrir espacio a los demás no es sencillo, ya que implica reconocer que no tenemos toda la verdad, para poder dar cabida a lo que los otros tienen para ofrecer. Por lo que es importante pensar una mejor vía para el acercamiento a la diferencia con otros. Esto se podría hacer a partir de una palabra que nos sirva como guía para intentar aceptar las diferencias: conversar. Un momento para escuchar al otro no solo como un compromiso, si no que se permita el compartir de ideas, reconociendo en el aporte de cada uno. Desde allí, se puede aceptar distintas opiniones, conocimientos o formas de ver el mundo que brindan luces a los puntos ciegos que podemos tener en nuestro propio esquema de pensamiento.

Es ese encuentro con otros lo que enriquece nuestras vidas al ofrecernos la oportunidad de aprender entre varios. Cada persona trae consigo un conjunto único de habilidades, conocimientos y valores que, cuando se comparten, amplían nuestro horizonte y fomentan un entendimiento más profundo del mundo que nos rodea. Al aceptar las diferencias, damos nacimiento a la posibilidad de innovación y soluciones a los desafíos complejos con los que nos podamos enfrentar. El espacio de conversación también desempeña un papel crucial en la construcción de comunidades sólidas y resistentes basadas en la aceptación. Es así como aparecen valores como la empatía, al comprender y aceptar las experiencias de los demás.

Como se menciona al inicio, poder llegar al punto de la aceptación no sucede sin tropiezos o dificultades. La formación en el hogar tiene un papel importante para la promoción de la aceptación a partir de momentos de conversación: poder escuchar lo que tienen que decir los niños, niñas y adolescentes. Dejando un precedente para que tengan en consideración la opinión de otros, y así vivir en un ambiente donde la escucha es un elemento primordial. De esta manera se muestra que, en última instancia, aceptar las diferencias no solo es un acto de generosidad, sino también una oportunidad para el crecimiento personal.

Pedro Domenech Psicólogo IPAC
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