LA INEFABLE PRUEBA

Como cada año, la famosa prueba Ser Bachiller deja una estela de malestar, quejas y desconfianza. Ciertamente no podemos asegurar sobre la moral y ética que se habrían vulnerado pero si es extraño, según se nos dijo, que en un establecimiento de Machala, donde 25 alumnos eran examinados, 19 de estos alcanzaron la prueba perfecta. Sutil, difuso milagro, ¿Quién sabe?. No queremos entrar en los mil y un detalles, en los mil y un reclamos; deseamos sostener una vez más, que la prueba no tiene cabida entre nosotros, no refleja la realidad y no está diseñada para que sea creíble en el Ecuador que hoy nos corresponde vivir. Por ello insistimos en la necesidad de plantear de que ella no puede dar la nota del grado de bachiller, pues esto violenta, en ocasiones, la realidad y la justicia. A nuestro criterio han de ser los establecientes educativos los que gradúen a sus alumnos. El Ineval, entendemos, no ha sido concebido para graduar estudiantes, su misión es más alta, si se quiere, más noble: evaluar el sistema educativo nacional. Su gestión tuvo más sentido y lógica cuando valoraba los conocimientos de los niños y jóvenes a lo largo de la carrera estudiantil, pues eso permite que cada institución pueda contrastar su promedio con el nacional, regional, provincial o local. Es bueno saber cuánto se obtienen en matemática, en lengua, en ciencias para así trazar lineamientos de mejora. Que una misma prueba evalúe un cierre de carrera estudiantil y al mismo tiempo determine el inicio de la vida universitaria no es adecuado, pues los objetivos de cada una de estas  evaluaciones son diferentes. La primera, escudriña conocimientos, habilidades y destrezas; la otra debe estar interesada más que en el conocimiento mismo, en la vocación e inclinación profesional. El Estado rector, el Estado tiránico, que dispone quién estudia y qué estudia, no tiene cabida en la sociedad de hoy, en la sociedad del conocimiento. Que se elimine la prueba, y que se reoriente o desaparezca el Ineval, pues aparentemente lo que miden y hacen no justifica su existencia.   Dr. Abelardo García Calderón  
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