Padres confundidos

Uno de los problemas con que nos encontramos en estas primeras décadas del siglo XXI está dado por la necesidad de “alcanzar el éxito”. Las urgencias que vivimos, la inmediatez en que nos desenvolvemos, el quererlo todo aquí y ahora, nos ha llevado a desvalorizar los verdaderos triunfos y a aplaudir al éxito por el éxito, es decir, a toda costa, sin importar cómo se alcance y haciendo que el fin justifique los medios y muchas veces asimilando éxito con dinero logrado.

Lo expuesto ha llevado sin duda a confundir al padre de familia. Él busca resultados: buenas notas, premios para sus hijos y solo aplausos y pétalos de rosas por alfombra, aunque el niño o el joven no los merezcan. Y afirmamos esto porque ya no es raro que el propio padre de familia desmerezca el estudio: “es el cumpleaños de tu abuela, no hagas el deber ahora”, “no importa que no vayas hoy a clases, presentamos un certificado médico”; y si hay exámenes, no es raro que minutos antes el niño o el joven sea retirado del plantel por tener una cita urgente.

El triunfo que se cuece lento, que habla de logros y fracasos, de caerse y levantarse, de reconocimientos y llamados de atención, no es admitido; al estudiante solo hay que darle lisonjas y no molestias ni exigencias o llamados de atención. Y ahí, justo ahí, es donde nos estamos equivocando, porque el niño y el joven crecen confundidos, sin un norte claro y pesando que siempre todo le debe ser favorable.

Retomemos el buen modelo y el ejemplo para educar niños y jóvenes, pues hoy estamos perdiendo la partida, y la perdemos cuando el padre de familia miente por justificar una falla del hijo, cuando el padre se vuelve cómplice en la impuntualidad o la falta a clases, cuando aplaude porque se copió en el examen, cuando facilita dinero para la adquisión de un examen o cuando entrega “sobrecitos” o cualquier otro producto para que se introduzca en los planteles y se venda entre los compañeros.

¿Queremos ética y moral? Hagamos también entonces de la familia una cuna de comportamientos éticos y morales, para que los hijos crezcan bien.

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