PENSAMIENTO ESENCIAL

Cuando analizábamos cómo concluir este ciclo de notas dedicado a la educación privada y sus costos, de pronto nos dimos de bruces con un pensamiento que nos llamó la atención y de hecho, pudiera ser esencial y de fondo para entender a nuestros gobiernos y nuestro Estado, acostumbrados a tomar el rábano por la hojas y a confundir lo circunstancial con lo de fondo. Y es que no siempre el Estado asume la responsabilidad que le compete de atender los derechos ciudadanos y busca en otros, terceros, ser suplido en su gestión. En efecto, quien tiene el deber de garantizar el derecho de educarse y gratuitamente es él. Más entre nosotros, como vivimos en jauja o en el mundo de Ripley, vemos a funcionarios desesperados porque la educación de privados no se encarezca, mientras nada hacen por dar calidad y mejora a la educación pública gratuita, que es objeto de su directa competencia. Ahí el pensamiento esencial. La pelea no ha de ser porque la educación privada se vuelva cara, la pelea debe ser porque la educación gratuita pública sea excelente y de calidad, de tal suerte que nadie tenga necesidad de concurrir a la educación particular, y esta sea simplemente una opción, como dice y reza nuestra constitución, para atender preferencias religiosas, axiológicas o pedagógicas. “Es muy fácil hacer caridad con dinero ajeno” decían los abuelos, y de hecho, en nuestro país este postulado resulta ser casi un axioma: “Yo Estado, no hago nada por mejorar la calidad de mis servicios; pero tú, ciudadano particular, debes dar lo mejor de ti de acuerdo a mi conveniencia, aunque desaparezcas”. Triste error que se repite una y otra vez, y que confunde y pone a pelear batallas en contiendas equivocadas. Trabajemos todos en hacer de nuestra gratuidad un lujo, para que la educación que se brinde en los establecimientos públicos sea superior. Al Estado no debemos pedirle que no sea cara la educación particular, al Estado debemos exigirle que la educación pública sea capaz de recibir al hijo de cualquier ciudadano sea este un empleado, trabajador o del mismo presidente de la República.   Dr. Abelardo García Calderón
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