Una meta llamada calidad

El camino hacia la calidad es de constancias y exigencias; de hecho, muchas veces esta se conquista luego de esfuerzos y después de solucionar múltiples avatares.

Encontrarla no es fácil, porque para ello se requiere a más de la inteligencia, persistencia y voluntad, lo que sin duda pide seres de mente fuerte porque la calidad no se obtiene allanando el camino de la exigencia.

La persona que busque la calidad ha de alcanzar un perfil que debe ser construido desde la familia y la escuela, en el que el miedo al fracaso no exista y coraje, sobre. Por ello, el facilismo que queremos convertir en el camino por el que nuestros hijos y estudiantes vayan, no suele ser el mejor consejero ni la brújula adecuada para salir del laberinto.

Éxitos y fracasos, aciertos y errores han de estar presentes en el crecimiento intelectual de la persona; muchas veces son más los equívocos y fallos que los logros en la ruta a la chispa de la idea genial.

Debemos preparar y entrenar a niños y jóvenes para que transiten esas sendas y sepan que la exigencia es una de las medidas del triunfo; decimos esto porque en ocasiones, cuando se norma a partir de experiencias personales, se pierde el rumbo.

Disculpen queridos lectores que volvamos en esta nota a enfocarnos en la mejora de calificaciones vigentes, pero es que no se ha producido lo que se buscaba y más bien las cosas se han complicado.

Así, los estudiantes de bachillerato sabiendo que hay otra oportunidad, juegan a no exigirse tanto y priorizan entre materias para escoger entre cuales estudiar más a fondo y cuales dejar para una segunda comparecencia.

Multiplicado el trabajo profesoral hasta límites insospechados, la nueva opción de la norma ha servido para que los jóvenes se desmotiven o bajen la guardia. Estudiantes de excelentes calificaciones aparecen con notas bajísimas porque simplemente dejaron el reto para la siguiente oportunidad y se han vuelto calculadores y jugadores de albures, sabiendo que: “no importa, en el mejoramiento lo hacemos bien”.

Esto sin contar con las expectativas de padres que solo sueñan en el diez.

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